El sol calienta más que nunca, pero debajo del techo de roca todavía nos quedan un par de horas de sombra. Amara tiene una contractura en el cuello así que hoy tengo nuevo compañero de escalada. Cris es un joven Francés de unos veinte años, tiene el pelo largo recogido en una coleta y no está muy musculado para ser escalador. Lleva poco tiempo practicando este deporte, se nota en sus gestos todavía torpes.
Me dispongo a subir la última vía de la mañana, es medio día y ya llevo los antebrazos hinchados. De los 23 días que llevamos en Ton Sai hemos escalado casi todos, me siento fuerte y ligero, los diez kilos que he perdido desde que llegamos a Tailandia tienen mucho que ver. Escalo una ruta de las más largas, unos 21 metros. Primero asciendo una escalera de bambú atada con lianas hasta llegar a una gran repisa. Desde ahí a la cima quedan 16 metros de escala por chorreras y agujeros color de arcilla. Al llegar a la reunión admiro las vistas de la playa a esta hora casi desierta y disfruto de la brisa que me obsequia el mar Abdamán.
Llego a la reunión y grito a mi asegurador «Take´´ coge en inglés, y pensando que estoy cogido me dejo caer hacia atrás…
Al cargar mi peso caigo de cabeza con la única resistencia del roce de la cuerda en los seguros. Grito desesperado al ser consciente del impacto inminente. Cierro los ojos y pierdo el conocimiento. Cuando los vuelvo a abrir estoy colgado boca abajo a solo dos metros del suelo, noto chorrear la sangre por mi cara. No siento dolor, solo siento miedo.
Me tumban en la arena de la playa, intento levantarme pero no me dejan. Comienzan a rodearme personas, la expresión de sus caras y sus gestos me asustan. Amara está llorando y me echa agua por la cara para limpiar la sangre. Por el ojo izquierdo no veo nada pues tengo un corte en el parpado y me lo tapa. Un chico que es médico se acerca y me hace preguntas tipo: ¿Cómo te llamas? ¿Qué día es hoy? Respondo con coherencia. Vamos evaluando daños, me duele todo el cuerpo pero puedo mover manos y pies, tengo cortes en la cara y cabeza, y el hombro y rodilla izquierdos están muy inflamados. Siguen viniendo curiosos que todavía no se explican cómo he sobrevivido a la caída.
Llega el equipo de rescate, me suben a una camilla y me colocan un collarín improvisado con esparadrapo. Me suben entre seis personas a un bote. Amara está conmigo sujetando mi mano, yo hago bromas para que no se preocupe. Cada ola que choca contra el casco es como si me golpearan con un mazo. Llegamos a Aonang donde nos espera una ambulancia. Es un vehículo ranchera con la parte de atrás diáfana, vamos a mucha velocidad y la camilla golpea contra los laterales en cada bache, Amara y un joven tailandés la sujetan sin mucho éxito. Llegamos al hospital de Krabi.
Nada más llegar tengo conmigo a un médico y tres enfermeras, me limpian las heridas y empiezan a coser. Cierro los ojos y cuento cada vez que la aguja traspasa mi piel. Cuando llevo quince pierdo la cuenta…
Me hacen radiografías del hombro y la rodilla. Mientras, imagino cómo quedará mi cara después de esto. Vienen los resultados y milagrosamente no tengo nada roto.
Parte de daños: nueve puntos en la cabeza, ocho puntos en la ceja izquierda, cuatro en la ceja derecha, tres en el pómulo derecho, golpe en hombro y rodilla izquierdos, y dolor en todo el cuerpo.
Como me he dado un golpe fuerte en la cabeza el médico decide dejarme unos días en observación. Tumbado en una camilla me llevan a una habitación, hay ocho camas pero solo tres de ellas están ocupadas. Bajar de la camilla y tumbarme en la cama es una tortura, cada leve movimiento me duele desde la cabeza a la punta del pie. Una enfermera me toma la tensión, me hacen un análisis de sangre y de orina. Y conectan a mi brazo derecho un gotero y analgésicos. No puedo comer ni beber nada.
Cuando se va la enfermera miro a mi alrededor. Somos los únicos extranjeros, las paredes llevan muchos años sin pintar, varios geckos cazan mosquitos encima de nuestras cabezas y un gato blanco y negro duerme debajo de la cama de al lado. Amara todavía tiene cara de susto, me coge la mano y yo se la beso; si pudiera la abrazaría pero no tengo fuerzas para incorporarme así que la abrazo con la mirada.
Empieza la peor noche de mi vida. Tengo la boca muy seca, mataría por un vaso de agua. Estoy tumbado boca arriba, estar de lado es imposible. Me duele mucho la espalda al descansar mi cuerpo sobre ella, cada hora tengo que levantarme para descansarla. Cada vez que me levanto es un suplicio, me siento como si diez skinhead enfadados me hubieran apaleado. La noche pasa muy lenta, me despierto por los dolores, el picor de los puntos y la sed que me está matando. Le pido a Amara que me de agua y no quiere, después de mucho insistir accede a darme un poco tomándola de su boca, como una madre pájaro daría de beber a sus pollitos uniendo sus picos. Duerme en la cama de al lado que está vacía y una enfermera le deja una camiseta ya que lleva sólo un top y hace un poco de frío.
Cuando sale el sol, el hospital se pone en marcha. Me vuelve a visitar el médico, anota algo en su cuaderno con tapas de cuero negro y se va. A medio día y después de casi 24 horas en observación por fin me dan de comer y beber. En la bandeja pone dieta blanda en inglés, consiste en una sopa, una bolsa de patatas fritas picantes y una coca cola. Un poco rara esta dieta blanda.
Viene Cris a visitarme, con lágrimas en los ojos me cuenta lo que sucedió: Cuando llegué a la reunión en lo alto de la pared, entendió «safe´´ seguro en inglés y soltó la cuerda del asegurador. Cuando me vio caer intentó sujetar la cuerda con las manos pero le fue imposible, me estrellé contra la repisa y rodé por ella, y cuando estaba apunto de llegar al suelo entre él y otro chico lograron pararme.
Un día de noviembre en Tailandia volví a nacer, desde entonces no dejo mi vida en manos de cualquiera y antes de realizar cualquier maniobra reviso dos veces que está todo en orden. En la vida se aprende a base de golpes… yo lo sé por experiencia.