Una noche en la selva 8/4/2014
He pasado unos días fantasticos en el Parque Nacional de Shivapuri disfrutando de su selva y sus cientos de animales, y para despedirme decido pasar aquí la noche, en la naturaleza, sus habitantes y yo. Bajo hasta un templo budista donde solo hay mujeres monjas, asisto al rito de la tarde y compro algo de comida en su tienda y cojo agua de la fuente, no hay ningún restaurante y el siguiente pueblo está a dos horas, así que sin comer nada contundente vuelvo a subir hacia la selva en busca de un sitio donde quedarme.
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Ando unos cuarenta minutos y me separo 500m del camino, elijo un lugar llano y rodeado de árboles y vegetación. Son las tres de la tarde, como algo y me pongo manos a la obra, con las botas despejo el suelo de hojas, hago un círculo en la tierra con el bastón a modo de cortafuegos donde haré la hoguera, y recojo leña de los alrededores. Cuando tengo todo preparado hago yoga en completo silencio, se escuchan grillos y algún pajarillo, mire donde mire solo hay árboles y hojas. A las 6:30 un poco antes de que anochezca enciendo el fuego, me cuesta hacer que arda, ayer llovió y la leña está humeda pero al final lo consigo.
Ceno al calor de la hoguera y escribo en mi cuaderno. La luna se ve entre las copas de los árboles, también las estrellas. Me siento tranquilo y seguro al lado de mi fuego, hasta que escucho una especie de ladridos hacia el este y no muy lejos de aquí, no son ladridos de perro de eso estoy seguro. También se escuchan como chillidos lejanos y lechuzas o algo parecido, hay rachas de viento y se mueven las ramas y hojas generando ruidos desconcertanes. Empiezo a pensar que igual no ha sido buena idea dormir aquí, tengo un poco de miedo, rodeado de oscuridad y con alimañas nocturnas ahí fuera. A las diez preparo el saco sabana y me tumbo a dormir, pongo el despertador a las doce, lo pondré cada dos horas para echar leña al fuego y que no se agote.
Cuando suena me levanto y avivo el fuego, hace frío y me pongo toda la ropa que tengo. Se vuelven a escuchar los ladridos, esta vez al oeste. Queda poca leña así voy en busca de más con mi frontal, llevo el bastón en una mano por si acaso. A la una me vuelvo a tumbar en el suelo y pongo la alarma a las tres.
Un gruñido me despierta de repente ¡Gruuuuaag! Está muy cerca no creo que a más de diez metros, me levanto de un salto y me coloco las botas, son las cuatro, me he quedado dormido y solo quedan brasas. Los gruñidos se siguen escuchando a mi alrededor, son de felino. Reavivo el fuego y preparo los dos bastones telescópicos, uno estirado a tope para la larga distancia y el otro al mínimo para la corta, tengo en el bolsillo la navaja para cuerpo a cuerpo, si quiere comer carne humana tendrá que luchar, a lo mejor desayuno leopardo mañana…
Son las 4:30 y el gruñido ha cesado, también he escuchado pasar a un jabalí. Echo al fuego toda la leña que queda y me tumbo con las botas puestas y mis armas a mano. Duermo un poco al calor de la hoguera hasta que las primeras luces rompen el alba. Me despieran los pajarillos, cientos de ellos festejan la llegada de un nuevo día. Todavía queda algo de fuego, aguanto un poco tumbado disfrutando del amanecer en la selva. Con la luz desaparecen los miedos y el bosque se llena de colores y alegría. No sé hasta que punto he estado en peligro, pero la mente y el no ver lo que hay a tu alrededor te juega malas pasadas. El hombre es el mayor depredador y los animales nos tienen miedo, a no ser que se sientan acorralados o muy hambrientos es difícil que te ataquen, pero oir unos gruñidos tan cerca, solo y en la oscuridad de la noche acojona…
Me levanto a las 5:30 y hago el yoga matinal. Desayuno pegado al fuego unas galletas y un zumo, cuando lo termino corto con la navaja la parte superior del tetabrik, vierto un poco de agua y lo coloco en un palo sobre las brasas. Cuando está caliente introduzco una bolsita de té que me sobró del trekking, me sabe a gloria beber algo calentito… Ha habido algún momento de miedo e incertidumbre y he dormido poco, pero el vivir el amanecer y ser testigo de los sonidos de la selva ha merecido la pena, me siento en comunión con la naturaleza y con energías para afrontar otro nuevo día en mi aventura por el techo del mundo.