Nyahururu es otra típica ciudad keniata; polvorienta, con edificios medio derruidos y descuidados; llena de vida y con mercados en las calles. Encuentro el alojamiento más barato desde que estoy en África por 2,5$. Eso sí, la habitación es vieja, sucia, con el colchón duro, el techo lleno de humedades, y las cucarachas suben por las paredes.
La cascada Thomson cae cien metros hasta chocar contra las rocas, se forma un arco iris que emerge de sus aguas. Bajo por un camino muy empinado hasta el río y disfruto de este entorno mágico entre árboles retorcidos y piedras pulidas por miles de años de erosión. Sigo por un camino que se adentra en la sabana, un halcón sobrevuela el cielo y un águila bate sus alas al verme y despliega su grandeza. Veo que el sendero sigue varios kilómetros y decido quedarme y explorarlo mañana con tiempo.
Emprendo el camino con los primeros rayos de sol, no hay nadie en los alrededores. Cojo un palo que me sirva de apoyo y para defenderme. Una familia de babuinos corta el paso, son unos treinta ejemplares entre crías, madres y varios machos enormes, musculados y con grandes colmillos. Los grabo y hago fotos, a una distancia prudencial. Me da miedo pasar, son animales salvajes y no sé cómo pueden reaccionar. A un lado hay un precipicio y al otro un frondoso bosque, solo me queda pasar por el camino. Me acerco un poco para ver su reacción, me miran y algunos se apartan. Cierro los ojos y les pido permiso mentalmente, no sé si funcionará pero les digo que no tengo intención de hacerles nada, solo pasar. Me digo que la vida es para los valientes y camino con paso firme, sin mirarles a los ojos pero sin perderlos de vista. Agarro el palo con fuerza, si me ataca uno y le golpeo seguramente huirá pero si son varios estoy muerto. Se abren a mi paso como un mar Rojo peludo, algunos me bufan malhumorados, otros me miran con indiferencia. Cuando paso respiro aliviado y por un momento me siento el rey de la selva.
El camino es muy ameno; cerca del río, con infinidad de flores y pájaros cantando. Veo alguna huella y excremento de elefante, me han dicho que viven varios en libertad por esta zona, y tengo sentimientos encontrados… por un lado me encantaría verlos y por otro, los elefantes salvajes son muy peligrosos.
Me siento al lado del río a meditar, estoy rodeado de árboles, vegetación y escucho el rumor de las aguas. El paisaje no se diferencia mucho del Pirineo pero estoy en África y siento algo especial; sin mapa, sin saber qué voy a encontrar y con animales que pueden ser peligrosos, y aunque no los vea, sé que están. Descubrir la sabana en solitario y sin pagar nada es algo raro aquí, donde los parques naturales son la norma, así que sabe a victoria. Fueron seis horas sin encontrarme con nadie y conectando con la naturaleza, que me llenan de energía para seguir descubriendo Kenia.