Quiero recorrer el centro de Kenia, trazo una ruta circular en el mapa y con las recomendaciones de locales y turistas, me dirijo en un matatu (furgoneta de pasajeros) lleno hasta los topes hacia Naivasha. Cuando sales de Nairobi, los edificios altos y las calles atestadas de gente y coches, dejan paso a los prados verdes y los bosques. Naivasha es una ciudad pequeña, sucia y caótica, vengo para ver su lago, así que después de encontrar alojamiento, cojo otro matatu y voy en su busca.
Un hombre joven se sienta a mi lado y comienza a hablarme, tiene tres hijos y trabaja en un mercado vendiendo ropa. Le pido que me avise cuando lleguemos al lago. Paramos en un camino con un cartel para ir a una playa, se baja casi todo el mundo pero mi acompañante me dice que espere, que aún no hemos llegado. A los pocos kilómetros paramos en un pueblo y me dice que tenemos que coger una moto. No me fio mucho de él, como tantas veces pasa aquí, no sé si quiere ayudarme o engañarme. Negocia el precio con dos motoristas y como no es mucho acepto a seguirlo. Total que vamos donde había parado antes el matatu que está a diez minutos del lago. Le recrimino que hemos cogido la moto para nada y me pide perdón diciendo que lo había pensado mejor y que me gustaría esta zona. Le digo que quiero seguir solo pero no se me despega, no me gusta este tipo de situaciones cuando no tengo claras las intenciones…
En la orilla del lago hay un manto verde de plantas y nenúfares, crecen árboles desnudos que parecen que están quemados. Vuelan pelícanos, grullas, cormoranes y marabues. Los pescadores reparan las redes y las mujeres exponen el pescado fresco en unas mesas en la orilla, con una hoja sacuden las moscas que se dan un festín en la carne muerta. Sería un lugar idílico si no fuera por el montón de basura que se esparce por el suelo.
No me puedo librar de mi amigo, me dice que no tiene nada que hacer y aquí no conocen lo que es el respeto a la intimidad. Vienen los mozos de los botes a ofrecerme un paseo en barca, me piden 25$, me río y les digo que eso no vale ni en España. Nos separamos y mi amigo me dice que lo consigue por 2$, me parece un precio razonable y vamos al puerto. Negocia con uno de los barqueros y al final me piden 5$, es más pero no me parece demasiado y acepto. Salimos los tres en el bote navegando entre los manglares. Varios pájaros levantan el vuelo a nuestro paso y a los cinco minutos paramos en una playa desierta y me dicen que les siga dentro del bosque a ver unos animales.
Estamos en un bosque solitario, el barquero es todo músculo, es como Denis Rodman pero sin tatuajes. ¿Y si me han metido aquí para robarme? Me podrían dar el palo entre los dos y nadie se enteraría… Me siento incómodo y me pongo alerta. Me sitúo detrás de ellos mientras caminamos, no quiero darles la espalda. Me coloco al lado del más fuerte, cierro los puños y vigilo sus movimientos, como haga mención de echar mano al bolsillo o algún movimiento raro le zumbo… en caso de que intenten agredirme, si tumbo al cachas el otro saldrá corriendo al ver lo que le espera. Vamos a ver unos ciervos, hago un par de fotos y digo de irnos, hasta que no subimos al bote no respiro tranquilo.
Regresamos de nuevo al puerto, les recrimino que solo hemos estado 15 minutos pero no me hacen caso. Al bajar del bote le doy 3$ y le digo que es suficiente. Me pide el resto, le recrimino que me han engañado, pero vienen otros tres barqueros y forman un círculo a mi alrededor. Me exigen que le pague. Me veo rodeado por cinco negros con cara de pocos amigos, no merece la pena jugármela por 2$ y se los doy a regañadientes. Por fin estoy solo y me separo de la gente y me siento a la orilla del lago a pensar. Hoy me han engañado por todos lados, me duele que me pase a estas alturas del viaje; me gusta confiar en la buena fe de la gente pero es una pena, no me tengo que fiar de nadie, se piensan que todos los blancos somos ricos e intentan aprovecharse.