Kyoto fue capital de Japón y posee un gran patrimonio histórico, artístico y arquitectónico, con varios de sus templos considerados Patrimonio de la Humanidad. Y eso es su principal atractivo turístico, los templos… los hay a cientos, de diferentes tamaños e importancia pero todos de una gran belleza por su arquitectura y para mí, sobre todo, por sus jardines y lagos.
Después de nueve días desde que salí hacia Japón sin pisar un hotel y sin ducharme, toca tomarse un respiro y cojo una cama en una habitación compartida durante dos días. No se valoran las cosas hasta que te faltan y algo tan básico como ducharse o dormir en una cama, se convierte en un placer casi místico. Aprovecho para visitar los templos de la ciudad y ya en el primero importante que voy a entrar, me encuentro con una desagradable sorpresa… hay que pagar. En el primero lo hago, los cinco euros me salen del alma, es lo que suelo gastar en comer en un día completo. No pagaré más. En el 90% cobran entrada, que va desde los 3 a los 6 euros y en algunos hay que pagar incluso tres veces: para ver el jardín, el templo, etc. En estos días visité más de cien, entré en los gratuitos y los que no, los vi desde afuera. No los voy a nombrar porque no creo que sirva de mucho marearos con nombres raros, pero aquí os dejo algunas fotos.
Voy al Budo Center, un centro de artes marciales japonesas. En mi nueva novela hablaré del bushido “el camino del guerrero”, es el código ético de los samuráis. Y que mejor sitio para conocer la esencia de esta filosofía que en los practicantes de las antiguas disciplinas. Me paseo por las instalaciones y observo como tiran con un arco artesanal de dos metros, efectúan un ritual que dura varios minutos antes de lanzar la flecha. También observo como practican kendo y hasta veo el tatami de los luchadores de sumo, pero está vacío. No sé muy bien si puedo estar aquí, me he colado por la entrada y no veo a ningún occidental. Voy a la recepción a preguntar y después de contarles mi proyecto y que estoy escribiendo un libro, me invitan a presenciar una clase de aikido mañana temprano. Llego a la hora, me siento en un lado de la sala y presencio toda la clase tomando notas en respetuoso silencio. El aikido se basa en aprovechar la fuerza del contrario y neutralizarlo sin dañarlo, o humillarlo. Me encanta el respeto y la espiritualidad de este arte marcial y creo que cuando termine todo esto comenzaré a practicarlo.
Estos dos días me han recargado las pilas, cojo de nuevo la mochila y caminando, me dirijo al norte hacia las montañas y los templos más bonitos que veo a orillas del río Katsura, rodeados de bosque de bambú. Duermo en el porche del templo Seiryoji, al lado de unas estatuas enormes de demonios. Disfruto de los bosques de bambú y de la paz de varios lagos.
Ha bajado la temperatura y hay cinco grados, no quiero dormir al raso con mi saco ligero y paso la noche en el baño de minusválidos que hay en un parque ya en Kyoto, es perfecto pues me puedo cerrar por dentro y estoy a cubierto. Pero tengo varias visitas… unos chavales tocan la puerta, los ignoro y desisten, van al baño contiguo y me amenizan la noche con gemidos de placer. A media noche llaman de nuevo, vuelvo a mi táctica de no contestar pero insiste y habla algo en japonés que no entiendo, pero por el tono deduzco que es una autoridad. Le respondo en inglés y me pregunta si estoy bien, le digo que sí y se va. Pienso que ya está pero vuelve a los quince minutos y me hace abrir la puerta. Es un policía vestido con su uniforme y una linterna, le cuento mi historia y mi escaso presupuesto. Me dice que no puedo estar allí. Pongo cara de pena y cuando ya empezaba a recoger me dice que me deja quedarme pero si dejo la puerta abierta y al amanecer me voy. Acepto encantado y le doy las gracias. Al momento vuelve y me regala caramelos y unas bolsas que si las frotas dan calor. Le regalo una figura de elefante y le digo que le dará suerte.
Empeora el tiempo y decido coger un hotel las dos noches que me quedan, al día siguiente no para de llover y aprovecho para descansar. Y el último día recorro la zona sur un poco cansado ya de tanto templo y con la cabeza en Australia, mi próximo destino.
Han sido quince días en Japón, un país rico y muy adelantado sobre todo en tecnología. Si tuviera que definirlo en una palabra sería “orden”. Todo está limpio, ordenado, en su lugar… cada persona sabe dónde tiene que ir. Nadie se salta los semáforos, nadie incumple las reglas. No he visto a nadie pidiendo en la calle y solo vi dos “vagabundos”. Adjetivo mal sonante que para mí toma un nuevo significado. Había dormido en muchos sitios: en el hielo, cuevas, la selva, en una pared de roca colgado a cientos de metros… pero nunca en la calle de una ciudad. Ahora sé lo duro que es. El frío, los ruidos, el miedo y sobre todo la vergüenza. Yo podría haber pagado una noche en el mejor hotel de la ciudad, lo he hecho porque he querido (gracias a ello solo he gastado 340e). Pero hay tanta gente que no tiene otra opción, no tienen una casa, una nevera o un baño. Pasamos por su lado y los miramos con desprecio o indiferencia. Para cuando acabe el proyecto y pueda dedicarme a los demás, ya tengo varias ideas para ayudar a esas personas, porque aunque duerman sobre unos cartones y huelan mal, son eso PERSONAS.
Gracias por tenernos al corriente de tu actual viaje. Continúa con las entradas del blog, nos hacen sentir en la distancia tus sentimientos y sensaciones. Mucha fuerza y suerte.