Dharamsala 28/05/2014

Tenzing Gyatso es el 14º Dalai Lama de Tibet, líder espiritual y político desde el exilio; según su creencia, es un Dios reencarnado en la tierra. Embajador mundial de la no violencia y la unión entre pueblos y religiones recibió en 1989 el premio nobel de la paz.

A las seis de la mañana ya me encuentro haciendo cola para coger buen sitio. En la entrada al templo donde va a ser la recepción cientos de tibetanos esperan con devoción a ver al Dios Rey, visten trajes tradicionales de seda con estampados de símbolos tibetanos y vivos colores. Portan banderas de su país y en su mirada se puede leer la añoranza al estar lejos de su casa, el techo del mundo. Occidentales que al igual que yo, hemos leído sus enseñanzas y admiramos la valentía y templanza del Dalai, esperamos el momento de ver y escuchar a una de las personas más emblemáticas del siglo xx. En la entrada al templo una estatua de un monje ardiendo recuerda a los cientos de tibetanos, que aun hoy en día, se suicidan para reivindicar la libertad de Tibet.

Hacemos grupos por países y continentes, reina el ambiente festivo y cuando el Dalai entra al templo saludando y sonriendo los aplausos y vítores resuenan en la cúpula metálica. Se fotografía con todos los grupos, se acerca al nuestro y se coloca en el centro para la foto, saluda a todo el mundo y bromea con un hombre estirando su prominente barba; dice que le gustaría tener una como esa y el hombre emocionado afirma que nunca se afeitará… un Dios en la tierra a bendecido su barba. Al pasar por mi lado le tiendo la mano y la acepta con gusto, me parece extraño que una personalidad de su importancia sea tan accesible y cercano.

Todos los presentes nos sentamos en el suelo, 5000 almas sentados como un Buda esperando escuchar al budista más importante del mundo. Se acerca al estrado con algo de dificultad y comienza el discurso estando de pie, pese a su avanzada edad (79 años) habla con cordura y determinación. Nos habla de la importancia de la felicidad y que todos los seres de este mundo queremos lo mismo. Que cuanto más nos preocupemos de la felicidad de los demás, más felices seremos nosotros. También de la importancia de la unión de las religiones,  que todas buscan lo mismo y deberían trabajar juntas en ayudar al pueblo. En su discurso va alternando bromas y aunque habla de temas muy importantes y profundos, les quita peso con su risa contagiosa que se expande hacia fuera, generando energía positiva y empatía entre los asistentes. Dio las gracias a los indios presentes por permitir a los tibetanos continuar en su país y dijo demostrando una vez más su compasión, que no guardaba rencor a los chinos ni a nadie. Bromeó con su edad diciendo que se veía dentro de 20 años con una silla de ruedas  con mando yendo de aquí para ya. Y que había mujeres muy jóvenes y guapas pero como el era monje no podía fijarse en esas cosas. Respondió a varias preguntas, en una de ellas una chica americana le preguntó si le gustaba bailar, y entre risas dijo que ahora era viejo pero cuando era joven bailaba en el Potala.

Lo que más me gustó fue su risa sincera y contagiosa, fue una experiencia muy enriquecedora y una carga de motivación para seguir sus enseñanzas: Cada día ser feliz ayudando a los demás y trabajar la compasión hacia todos los seres vivos de este fantástico mundo.

encuentro con el Dalai