En Australia está la barrera de coral más grande del mundo, con sus enormes dimensiones es visible desde el espacio. Se me presenta una oportunidad que no puedo dejar escapar: recorrer parte de la barrera navegando durante cinco días. Si tuviera que pagarlo serían 1600$, algo fuera de mi alcance pero puedo cambiar la estancia en el barco y las inmersiones por trabajo y no me lo pienso.
El trabajo en el barco es agotador, cambiar sabanas, limpiar baños, fregar platos, ayudar en la cocina, pasar el aspirador, limpiar cristales… y todo a un ritmo frenético si se quiere bucear. Empiezo a la 6 de la mañana y acabo a las diez de la noche, alternando trabajo y buceo, sin un momento de respiro.
Hago 14 inmersiones, tres de ellas nocturnas y veo muchísima vida: Tres clases de tiburones, peces payaso, tortugas, rayas, peces loro, peces globo, y una infinidad de animales marinos y corales de todo tipo de formas y colores. Es increíble el ecosistema tan equilibrado y a la vez frágil que existe en las profundidades. Para mí bucear es como volar, se vence a la gravedad y planeas impulsado por tus aletas entre montañas de colores fosforescentes, con torres retorcidas, cuevas y pasos estrechos; y lo mejor, es que todo está vivo, las rocas, las conchas y anémonas se mueven a tu paso y seres que parecen de otro mundo te miran con indiferencia en la mayoría de los casos. Solo se escucha el sonido de tu regulador y cuando buceas en la noche cambian los colores iluminados con la linterna, y cambia la vida, pues salen los depredadores y los peces se esconden para no convertirse en comida.
Los amaneceres cuando solo hay mar y horizonte infinito son mágicos, el Sol saliendo del agua como si quisiera respirar y las nubes se confabularan para ahogarlo.
Cinco días agotadores pero muy intensos, llenos de emociones, con buen ambiente entre la gente de a bordo y con imágenes llenas de vida y color que llevaré siempre en el recuerdo.