Imágenes de mi último trayecto en bus me quitan el sueño, veo a niños desnutridos arrastrando una garrafa amarilla bajo un sol abrasador, chozas hechas de barro que parecen iglús en el desierto y mujeres y niños que pasan el día al borde de la carretera intentando vender alguna cosa para sobrevivir. En esta parte de África existe verdadera pobreza y me descorazona no poder hacer nada. No me sobra ni el dinero ni el tiempo, ya tengo el billete de vuelta y el dinero justo para lo que quiero hacer, he estado ahorrando para terminar el viaje a lo grande: pasando tres días de safari en Amboselli, un parque natural a las faldas del Kilimanjaro, ver el amanecer con la silueta del techo de África es uno de mis sueños. Pero… ¿y si renuncio al safari e invierto ese dinero en ayudar? Qué mejor manera de agradecer al universo el haber realizado este viaje, sin enfermedades, sin incidentes, y habiendo realizado todo lo que he deseado que usando mis últimos euros para ayudar a gente que los necesita más que yo. Decidido, volveré al desierto con esos 300€ y los emplearé en ayudar a esa gente. Hago una campaña en facebook por si alguien quiere ayudarme a ayudar, a quien aporte más de 50€ le daré un ejemplar de mi próximo libro dedicado. El lugar lo tengo claro, un pueblo en medio del desierto llamado Hola, siendo español veo en su nombre una señal.
Salgo de Lamu con 520€ en el bolsillo, varias personas han querido contribuir a este proyecto solidario. Me esperan día y medio de autobuses atestados de gente, por caminos polvorientos, llenos de baches y con muchos controles pero estoy muy animado. Pienso qué hacer con el dinero, es poco para repartirlo a todo el pueblo y mucho para una sola familia. Daré una parte a cada familia y así podremos ayudar a varias personas.
No sabía si iba a haber hotel en este pueblucho, si no hubiera intentaría alojarme con alguna familia, sé las carencias que tienen y el poco espacio, no quiero ser un estorbo. Encuentro un hotelucho, como algo y salgo a las cuatro de la tarde con 40º en mi habitación. El camino de tierra echa fuego pero no tengo tiempo que perder. Me reparto el dinero por los bolsillos en fajos de 100€ y me adentro en la barriada más pobre.
Las chozas están hechas de barro, cañas y tejado de uralita, algunas tienen un cercado de palos donde guardar los animales. Unas mujeres cocinan algo en una cazuela negruzca mil veces usada, me paro a la sombra de un árbol y las saludo. Me invitan a sentarme con ellas, no hablan mucho inglés pero nos entendemos. La mujer joven tiene tres hijos, le pregunto si me puede enseñar su casa, lo piensa un poco (creo que tiene vergüenza) y me invita a pasar. Tiene dos habitaciones, en una duermen el matrimonio y los tres niños en dos colchones en el suelo, y la otra hace las veces de cocina y sala de estar, no hay mesa, ni sillas, ni armarios, no tienen ni luz, ni agua, ni baño. Le digo que junto a unos amigos de España la quiero ayudar y le ofrezco uno de los fajos. Se queda parada y emocionada, me pregunta si es para ellos, asiento con la cabeza. Paso un rato más con ella y los niños, me dice que siempre seré bienvenido a su casa.
Sigo por un camino de tierra con chozas esparcidas a los lados, un joven y una señora mayor están sentados a la sombra en unas sillas de plástico roídas por el sol. Les saludo con un Jambo y de nuevo me invitan a sentarme. Dos niños están en el suelo pintando en un cuaderno, hablo con el joven mientras la señora me mira de arriba a abajo, no entienden que hago en Hola caminando a esta hora de la tarde, les cuento la campaña que estamos haciendo y le ofrezco un fajo a la mujer, me mira con desconfianza y no lo quiere coger, insisto y al final es el hijo quien lo coge. Me dice que lo usará para toda la familia. Valentín, un niño de mi pueblo donó parte de su paga y me pidió que hiciera un avión de papel para los niños. Saco un folio y hago un avioncito bajo la atenta mirada de los pequeños. Se lo ofrezco pero no saben lo que es, lo lanzo al aire y vuela unos metros hasta posarse en la arena. Se mirar, sonríen y corren a cogerlo, es una delicia ver como juegan entre risas.
Hoy saludar al blanco tiene premio, no quiero forzar nada, camino por el poblado dispuesto a repartir el dinero y que el destino haga el resto… Una mujer limpia una especie de guisantes sentada en el suelo, la saludo y me invita a entrar, me siento con ella y conversamos. Tiene ocho hijos y aparte cuida los de otras familias, le doy un caramelo a cada niño y me sorprende que cada uno espere su turno y no pidan más. Le ofrezco el dinero, lo coge y lo cuenta billete por billete, me pregunta si es para ellos, veo en su rostro una mezcla entre incredulidad e ilusión, seguro que le viene genial con tanto niño.
Está claro que 100€ no les va a sacar de pobres pero es el sueldo de un mes en Kenia, es como si les hubiera tocado la lotería, un rayo de esperanza en una vida llena de carencias. Ver la cara de felicidad de estás mujeres, fuertes y luchadoras que tienen que criar a un montón de niños sin recursos no lo olvidaré jamás.
Me queda todavía dinero por repartir, mañana sale un autobús temprano y no puedo quedarme más, aún me separan muchos kilómetros de Nairobi. Decido ir repartiéndolo por el camino, hay tanta gente pobre que no será difícil encontrar a quien ayudar. Voy dando propinas a personas que se ganan la vida trabajando duro y ganando muy poco: a los niños y mujeres que venden refrescos, frutos secos o dulces en la calle, tienen unos diez céntimos de ganancia y pasan el día al sol tragando polvo para sobrevivir, por desgracia hay niños de unos ocho años que tienen que vender diez refrescos para ganar un euro. Al ver la generosa propina dan saltos de alegría y me regalan alguna otra cosa. Me siento como Papá Noel, repartiendo alegría e ilusión y muchas veces al ver su reacción me emociono, me da un escalofrío por el cuerpo y me entran ganas de llorar. Habrá gente que criticará que ayude y lo cuente, pensará que es por reconocimiento y publicidad pero mi verdadero objetivo es compartir los inmensos beneficios del altruismo. En esta ocasión he invertido 300€ y tres días de mi tiempo, pero la sensación de hacer lo correcto y de sentirte útil no tiene precio. Muchas veces nos aferramos a nuestras posesiones sin entender que en esta vida cuanto más das más recibes, desde que aprovecho cualquier oportunidad para ayudar a los demás mi vida ha cobrado sentido y no hacen nada más que pasarme cosas buenas. Voy a volver a casa con los bolsillos vacíos pero con la conciencia tranquila, y ¿qué te puede dar más energía y buena suerte, que la bendición sincera y cargada de amor de un desconocido al que acabas de ayudar?
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