Como amante de la naturaleza y los animales hay un lugar donde quiero ir hace tiempo, escenario de literatura, documentales y películas, el hogar de indígenas que viven apartados de la civilización, donde la pantera es la dueña de la noche y la anaconda la reina del río más caudaloso… el Amazonas.

El Amazonas desde el aire

El Amazonas desde el aire

Salgo de Cuzco en bus hasta Lima, 22 horas recorriendo medio Perú y cojo un avión donde ya me maravillo con el flujo serpenteante de agua turbia rodeada de vegetación y llego hasta Iquitos, la ciudad más importante de esta parte del río. Quiero adentrarme en la selva y convivir con alguna tribu, pero quiero hacerlo sin agencias y sin gastar mucho dinero. Y como me suele pasar, me llega la oportunidad servida en bandeja. En el avión cruzo alguna palabra con un hombre con el pelo negro recogido en una coleta y que hace fotos al río como yo. Por casualidades del destino y sin saberlo, vamos a parar al mismo hotel. Se llama Milton Narvaez, es un investigador que está estudiando comunidades indígenas y sus plantas medicinales. Se dirige a una tribu yagua con la intención de entrevistar al curaca (jefe) y al chamán, me ofrece acompañarlo, tenía pensado pasar unos días en Iquitos pero no puedo dejar escapar la oportunidad, se unen a la expedición Marlen y Fan, dos europeas sin plan establecido y con ganas de aventura. Compramos en el mercado de Belén hamacas para el barco y provisiones, y salimos hacia Caballococha, el pueblo más cercano de nuestro objetivo.

Las hamacas en el barco

Las hamacas en el barco

Atardece en el Amazonas

Atardece en el Amazonas

En dos días navegando por el Amazonas llegamos a Caballococha, está cerca de la triple frontera y es sucio y sin mucho interés, somos los únicos turistas. Al día siguiente cogemos un bote que nos deja en un poblado aislado y de allí sale un camino por la selva que en menos de una hora nos lleva a la comunidad Primavera. Son indios yaguas, los niños que juegan junto al río y se sorprenden al vernos, unos hombres entrelazan hojas de palma para construir tejados, les preguntamos por el curaca y lo hacen llamar. Antenor Rasma, es delgado, con ojos pequeños y vidriosos, habla muy bajo y con acento brasileño, viste pantalón y camiseta de deporte, parece más un futbolista venido a menos que el jefe de una tribu. Nos enseña la aldea y accede a hablar con nosotros. Son 18 familias y 130 individuos, se financian vendiendo las hojas trenzadas pero todavía mantienen sus costumbres ancestrales, nos cuenta que tienen trajes tradicionales pero solo se los ponen dos veces al año en sus celebraciones. Milton le pregunta si podemos grabar mañana una entrevista con él, el chamán y los ancianos y si sería posible hacerla con los trajes. Antenor tarda un poco en responder y lo hace como con vergüenza, dice que eso vale dinero. No es lo que pensábamos, le decimos que el material que saquemos servirá para dar a conocer sus costumbres y que no se pierdan, y por supuesto tendrán una copia. Nos ofrecemos a traer unos regalos pero no nos parece bien tener que pagar dinero. El curaca pierde el interés pero accede a que vengamos mañana.

Mono del poblado

Mono del poblado

Fan con los niños de la tribu

Fan con los niños de la tribu

A la mañana siguiente compramos carne de saino, una especie de jabalí, hortalizas, pan, tabaco y ron pera llevar a la tribu. Cuando llegamos el curaca no está y vamos a una maloca (casa) apartada en la selva a ver al anciano de la tribu. Se llama Huascarito y aunque no se le entiende muy bien accede a que le grabemos encantado. Nos cuenta como fabrican las cerbatanas que usan para cazar, tienen 1,5m y usan flechas envenenadas. Habla de plantas medicinales, la cumala y otras especies, de como viven y de los animales que habitan estas selvas, hay jaguares y todo tipo de serpientes. Nos hace una demostración de su agilidad subiendo a un árbol usando una cuerda anudada a sus pies.

Huascarito el anciano yagua

Huascarito el anciano yagua

Esperamos al curaca con la esperanza de comer junto a los habitantes del poblado pero no aparece, un indígena nos dice que conoce un camino que cruzando la selva lleva a Santa Teresa a orillas del río Yavarí, allí viven tribus Matsés, otra etnia que entra en el estudio de Milton y que chupan el lomo de una rana como medicina. Le preguntamos si nos llevaría y acepta, le decimos que nos diga cuanto nos costaría que nos acompañe, sería un día de llevarnos y otro de volver él, nosotros continuaríamos por el río hasta Leticia. Pero nos pide 250 soles, nos han contado lo que ganan trenzando hojas y son 17 soles al día, estamos dispuestos a pagarle 100 pero no accede. Las chicas regresan y siguen por su cuenta y nosotros nos quedamos a dormir en la aldea, nos ceden una maloca donde colgar nuestras hamacas. Llega el curaca al atardecer y le decimos de preparar la cena con lo que hemos traído pero no se le ve muy interesado, desde el momento que vio que no iba a sacar dinero pasa de nosotros.

Carne de saino

Carne de saino

Al día siguiente les damos la comida y nos quedamos una pierna de saino como alimento, salimos por nuestra cuenta, nos dicen que es complicado hasta encontrar el camino principal y que cojamos siempre los desvíos a la izquierda hasta dar con él. Hay ocho horas hasta allí, así que salimos temprano. Nos adentramos en la jungla siguiendo senderos poco pisados, según las indicaciones tenemos que ir dirección sur-este y llevo la brújula para no perder el rumbo. En un cruce Milton dice de coger el camino de la derecha, parece el más evidente aunque va hacia el oeste, le voy avisando que vamos en dirección contraria pero me cuenta sus muchas experiencias en la selva y que seguro que luego veremos algún camino que tomará buen rumbo. A la media hora le hago parar y le digo de retroceder hasta el cruce, la brújula no engaña y estamos yendo al oeste, sacamos el mapa y Santa Teresa está al sur-este y las indicaciones eran claras… siempre a la izquierda. Me alega que tiene una intuición, que no quiere volver y que si quiero vuelva yo y nos encontramos allí. No le veo sentido separarnos, aún sabiendo que vamos mal, accedo por no discutir y espero no tener razón. A los cinco minutos un sendero va al este y parece que llevamos el buen camino de nuevo, hay más cruces adelante y se nos acaban varios senderos. Llevamos cuatro horas en la selva, muere la senda y empezamos a ir campo a través, no encontramos el camino principal, el avance es lento y muy emboscado, nos hundimos en el barro, cruzamos ríos y árboles caídos. Estoy de mal humor y le recrimino no haberme hecho caso. Llevamos ocho horas caminando y quedan dos de luz, hay que buscar un lugar donde acampar y vamos a buscar el último río que cruzamos. Intento cambiar de actitud y ser más positivo y me convenzo que irá bien y encontraremos un buen lugar donde pasar la noche. A los pocos minutos encontramos una maloca a la orilla del río donde vive una familia, está justo en la mitad a 4 horas de cada pueblo. Es una alegría ver otros seres humanos, hablamos un rato con ellos y les pregunto si podemos pasar la noche allí, nos dicen que sí, nos bañamos en el río, comemos caliente y dormimos bajo techo, todo un lujo dadas las circunstancias. Llueve casi toda la noche, si no llegamos a encontrar la casa nos hubiéramos calado.

Caminando en la selva

Caminando en la selva

Milton con la familia salvadora

Milton con la familia salvadora

A la mañana siguiente el hombre y su hijo nos acompañan hasta el camino principal, esta a media hora pero es difícil dar con él. Milton decide volver a Caballococha, va justo de tiempo y el día que hemos perdido le condiciona, yo decido seguir a Santa Teresa, después del esfuerzo me da pena volver y que no haya servido para nada. Paso cinco horas caminando solo, el sendero es menos evidente de lo que pensaba pero no lo pierdo. Me da pena separarme de Milton pero a la vez me alegro de tomar mis propias decisiones y depender de mí mismo. Me maravillo de los árboles y plantas, bebo agua del río y veo y escucho muchos animales, entre ellos una serpiente coral, una de las más venenosas del Amazonas, pasa por mi lado y se esconde bajo una hojas. Llego a Santa Teresa cansado y lleno de barro, llevo todas mis pertenencias a la espalda y eso se nota.

Mucho barro

Mucho barro

Rana

Rana

Al llegar al pueblo el primer hombre que me ve me da la bienvenida y me invita a su casa a tomar un refresquito y fruta. Está muy contento de verme pues soy el primer turista que llega a Santa Teresa. Me dice que los hermanos están reunidos en la iglesia y que me invitarán a comer, cuando llego no parece que me encuentre en Perú, los hombres visten túnicas de colores suaves y llevan el pelo largo y barba puntiaguda. Las mujeres tapan su cabeza con un pañuelo y van tapadas hasta los tobillos aun con el tremendo calor. Oscar, el predicador de la congregación me agasaja a preguntas mientras me sirven un plato de comida, no pueden creer que haya venido por la selva, me dicen que casi nadie emplea ese camino porque hasta ellos se pierden, si quieren desplazarse usan el río. Todos me saludan y miran con curiosidad, son isrraelitas, y aunque parezca raro esta religión venida de Tierra Santa arrasa en muchas comunidades peruanas, se están haciendo con el comercio y hasta tienen partido político. Le cuento mi historia a Oscar y la gente que está a nuestra mesa, pero veo que los de las mesas contiguas intentan escuchar, me levanto y mirando a las cincuenta personas que llenan la sala les hago una pequeña presentación contándoles el proyecto, respondiendo preguntas y contando anécdotas de mis viajes. Aquí no hay luz, cobertura telefónica ni televisión, así cualquier cosa que les saque de su rutina es un acontecimiento. Me obsequian un caluroso aplauso y me lamento de no llevar unos cuantos libros encima… me invitan a la mañana siguiente a presenciar el desfile militar y la subida de la bandera peruana.

Subida de la bandera peruana

Subida de la bandera peruana

Me alojo en el único hospedaje del pueblo donde no hay ni baño, para qué estando al lado el río. Paso las horas conversando con los habitantes del pueblo, se ha corrido la voz y vienen de propio a buscarme para preguntarme cosas. También me invitan a cenar y estoy hasta media noche contando historias y les enseño a jugar al guiñote. La vida aquí es muy tranquila, las mujeres van lavar la ropa al río y todo el mundo tiene su chacra (campo de cultivo) y van a pescar y a cazar. No necesitan dinero y aunque visto desde nuestro punto de vista, hay carencias de higiene y confort, son una gente alegre y pacífica que lo comparte todo entre ellos. Voy al desfile y me colocan en la pista con las autoridades, junto al alcalde y el sargento. Presencio la subida de bandera y escucho el himno nacional y me siento hasta un poco peruano después de dos fantásticos meses aquí. Para clausurar el evento me presentan como el primer turista que los visita y me pasan el micro para decir unas palabras. Digo que es para mi un honor ser el primer extranjero en visitarlos, desde que llegué al pueblo todo ha sido hospitalidad y muestras de afecto, lo mejor de viajar son las personas que conoces en el camino y a los habitantes de Santa Teresa siempre los llevaré en el corazón.

Barco del Yavarí

Barco del Yavarí

Poco espacio en el barco

Poco espacio en el barco

Cojo el bote a medio día, es pequeño y hay que compartir espacio con vacas, gallinas e infinidad de personas. Son dos días navegando el río Yavarí hasta llegar a la triple frontera, es mucho más pequeño que el Amazonas y bastante estrecho en algunos tramos. El atardecer es mágico con loros de colores volando de una orilla a otra. Me entero que no viene gente a esta zona porque hay pandemia de malaria pero con la ilusión que pongo y la suerte que tengo ninguna enfermedad me va a fastidiar el viaje.

Navegando por el río Yavarí

Navegando por el río Yavarí