Leticia es una pequeña ciudad en pleno Amazonas colombiano, el epicentro de la triple frontera donde se unen Perú, Brasil y Colombia a orillas del río más caudaloso de la Tierra. Pensaba que al ser fronteriza no se iba a notar mucho el cambio de país, pero me llevo una grata sorpresa al descubrir que el aspecto de la gente, el acento, la comida y las costumbres son típicas colombianas. Conozco la ciudad, con mercados llenos de vida donde abunda el pescado y el parque Santander, donde miles de loros acuden a dormir al atardecer en los árboles centenarios. Quiero adentrarme de nuevo en la selva e intentar convivir con alguna tribu indígena y como casi siempre me pasa últimamente, la oportunidad me viene en bandeja. Conozco a Pol, un francés que acaba de regresar de pasar unos días con una tribu de indios Huitoto y me explica la manera de acceder hasta ellos.

A la mañana siguiente voy con Pol a Etuena, un acuario y refugio de animales del Amazonas. Allí cojo en mi mano a una juguetona tarántula. Conozco a Jorge, uno de los voluntarios y me ofrece llevarme hasta donde termina la carretera a cambio de echarle gasolina a su moto.

Vaya bichito

Vaya bichito

Iba a adentrarme en la selva con las indicaciones de Jorge, pero justo vemos a uno de los hijos de la familia y me acompaña hasta el poblado. No voy a dar el nombre, ni la forma de llegar al poblado, si alguien quiere llegar que sea el destino quién lo lleve. Allí conozco a Gilberto, el padre de una de las familias, tiene cinco hijos y varios nietos. Viven en una maloca al lado del río, rodeada de vegetación. Les ofrezco unos regalos: arroz, azúcar, café y tabaco. Me invitan a su casa y llego en el mejor momento, justo a la hora de comer y me obsequian con un plato de arroz con pollo y plátano.

Gilberto en la selva

Gilberto en la selva

Recolectamos hojas de coca para preparar el mambe, una medicina que usan para que les dé energía al trabajar e inspiración para contar historias en las noches. Llenamos un saco dejando peladas varias plantas, a los quince días volverán a estar listas para recolectar de nuevo. Cae una tormenta enorme y mientras nos refugiamos esperando que pare, me cuentan historias y yo les cuento algún chiste y se mueren de la risa. Son gente muy alegre y siempre están de broma.

Víctor tostando las hojas de coca

Víctor tostando las hojas de coca

Vamos a la maloca de los abuelos, que está más adentro en la selva. La abuela prepara la cena, arroz con gallina de monte, pescado y casabe, una especie de pan. Mientras, Víctor prepara el mambe, tuesta las hojas de coca en una gran paellera que llaman horno, removiendo las hojas con un palo. Luego las machaca con las manos y las convierte en polvo con el pilón, un gran mortero hecho de madera de chontaduro, y se mezcla con las cenizas de una planta llamada yaruro. Ya está listo para tomar.

La abuela preparando la cena

La abuela preparando la cena

Machacando las hojas

Machacando las hojas

Usando el pilón

Usando el pilón

El cielo está salpicado por miles de estrellas cuando nos sentamos en el suelo y comenzamos a mambear. Meto una cucharada del polvo verde a la boca y lo mezclo con la saliva, se forma una pasta de sabor amargo y enseguida se notan los efectos, se duerme la boca y se agudizan los sentidos, los sonidos de la selva retumban en mi cabeza y aumenta mi atención. Los abuelos de la tribu comienzan con sus historias. Mario de 74 años y Nelson de 56, se alternan hablando con la boca llena de mambe y la comisura de sus labios teñida de verde. Cuentan leyendas pasadas de padres a hijos. Apariciones del Kurupira, el espíritu dueño de la selva. Del Mapinguarí, un ser de pelo rojo y tres metros de altura, con la boca saliendo del pecho y que no tiene rodillas, es un devorador de hombres y muy temido en toda la cuenca del Amazonas. Del tigre negro, o la pantera como la conocemos nosotros, un animal sagrado y con poderes sobrenaturales para ellos. Una bonita historia de la Luna y sus dos hijos. Y los daños y abusos del hombre blanco, sobre todo en la época del caucho. Me dicen que antes de llegar los blancos y sus enfermedades vivían 120 años. Me animo y les cuento historias de mis viajes y sobre todo les interesan las del Himalaya y sus animales. Pasamos cuatro horas inolvidables y que me ayudan a conocer mejor su forma de vida.

Maloca de los abuelos

Maloca de los abuelos

Los abuelos mambeando

Los abuelos mambeando

Paso la mañana bañándome en el río Takana y me invitan a que navegue en una de sus canoas, lo pienso un poco pues me da un poco de palo yo solo, pero me digo: La vida es para los valientes, y me adentro a favor de la corriente entre la selva, los monos saltan por los árboles y el paisaje es salvaje, con troncos atravesados que tengo que esquivar. La vuelta con la corriente en contra fue más dura y aunque encallé un par de veces entre ramas por mi falta de práctica, regresé conmigo y la canoa intactos.

Mariposa a la orilla del río

Mariposa a la orilla del río

Canoa y río Takana

Canoa y río Takana

Una noche voy a pescar con víctor en la canoa, llevamos un arpón fabricado por él y dos linternas. Mambeamos y tomamos rape, otra medicina que se esnifa con un caño de bambú. Hacemos un ritual antes de entrar al río para pedir a los espíritus de la selva que nos protejan y nos obsequien con una buena pesca. Navegamos en la oscuridad, solo se escucha el susurrar del agua y los animales de la selva. Vadeamos las orillas en busca de peces y poco a poco, van cayendo bajo nuestro arpón. Me señala un árbol y me cuenta que una vez se encontró allí a una anaconda de veinte metros, tuvo que abandonar la canoa y regresar caminando por la selva. Espero que hoy no encontremos ninguna… Pescamos diez peces (tres de ellos míos) y unos cuantos caracoles de río del tamaño de una pelota de tenis. Ya tenemos desayuno para mañana.

Víctor tomando rape

Víctor tomando rape

Con la pesca

Con la pesca

Caminé con Víctor dos horas por la selva de noche, vemos una tarántula, varias ranas y sapos y se escuchan los buri-buri, unos monos del tamaño de una persona que antes eran bravos y mataban humanos. Me siento seguro con mi guía, conoce la selva como la palma de su mano y se orienta bien en la oscuridad, conoce cada planta y cada árbol, de casi todos se puede obtener algo y me fascina cómo aprovechan todo lo que la naturaleza les brinda.

Tarántula

Tarántula

Mi guía y amigo Víctor

Mi guía y amigo Víctor

Con Víctor y su familia es con quien más tiempo pasé. Él no sabe leer ni escribir, nunca ha salido más allá del Amazonas. Ha construido su maloca con sus propias manos y con lo que la selva le ofrece salvo los clavos, que los compró en Leticia. No tienen luz, ni agua corriente, ni televisión, ni móvil y no lo necesitan. Da gusto y un poco de miedo, ver como su hijo de tres años, coge un cuchillo como su brazo y se abre la fruta el solo, cómo come el pescado apartando las espinas y trepa por los árboles. Me siento un afortunado por haber encontrado este lugar y por todo lo que me está pasando.

Picotazos de los zancudos

Picotazos de los zancudos

La familia de Víctor

La familia de Víctor