Navegar por el Amazonas, el río de los ríos, en la selva de las selvas es para mí un sueño hecho realidad. Es muy ancho y cuando llevas varios días surcando sus aguas marrones puede ser monótono. Pero es un viaje relajado que invita a leer, a disfrutar de los atardeceres y a hacer amigos entre la tripulación.
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Atardece en el Amazonas
En el barco se habla portugués y la bandera de Brasil hondea en la popa. Los brasileños son gente alegre y abierta, en la cubierta hay un bar donde no falta la música, a ritmo de samba juegan se juega al dominó y las cartas.
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Bandera de Brasil
Conozco a Rubén Vilar, un gallego invidente que ha recorrido toda América en solitario, se financia vendiendo refrescos en las calles, viene bajando desde Canadá y solo le queda Argentina para llegar a su destino.
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Con Ruben, él si que es un valiente.
Manaos es la capital del Amazonas, en los tiempos del caucho fue una de las ciudades más ricas del mundo, y aún hoy conserva parte de esa grandeza, con el Teatro, sus mercados y las calles llenas de vida, que se vacían al anochecer pues es peligroso transitar por ellas en la oscuridad.
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Manaos
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Manaos
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Mercados de Manaos
El encuentro de las aguas, donde se juntan el río Negro y el Amazonas. Si metes la mano en el agua se nota diferente temperatura y textura. Hay tours organizados que te llevan a presenciar este fenómeno, pero son muy caros y consigo después de un arduo regateo que un barquero me lleve en su lancha. Veo tres delfines de río que vienen a comer a estas ricas aguas, pero me es imposible fotografiarlos, que rápidos son los jodidos…
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Encuentro de las aguas
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Manaos